Desde la infancia la palabra disciplina la hemos asociado a la imposición, obediencia, sumisión, quizás por eso el solo nombrarla nos produce rechazo. Fuimos aprendiendo que la disciplina se impone a través del castigo, convirtiéndose en un carácter negativo y poco a poco se ha ido trasladando al campo gerencial y profesional.
En este sentido, se puede leer que la Real Academia Española define como «obediencia a las reglas que rigen la actuación o el comportamiento de una persona o de un grupo de personas».
Desde la perspectiva gerencial, ese enfoque debe cambiar, y es donde entra en juego el concepto de autodisciplina, entendida como un compromiso con uno mismo y no con los demás, como la capacidad de transformar la imposición en un hábito, convertido en metas y objetivos, personales y gerenciales.
Entonces, una de las tareas principales desde la gerencia es desarrollar estrategias de autodisciplina en el talento humano, es permitir que ellos sean sus propios jefes, con el firme propósito que puedan desarrollar las capacidades para controlar sus impulsos, emociones, comportamientos y acciones en la búsqueda de lograr metas y objetivos tanto personales como organizacionales, partiendo de la filosofía de Maturana (1989) de la autopoiesis como la «capacidad de los sistemas de producirse a sí mismos», lo que significa la capacidad del humano de mantener el autocontrol, la fuerza de voluntad y la autorregulación en diversas áreas de la vida.
La autodisciplina implica, usar bien el tiempo, identificar nuestras fortalezas, conocer las prioridades, rodearse de personas propositivas, en conclusión, las personas con autodisciplina, son las que mejor se encuentran orientadas al éxito, característica de éxito y de excelencia.