
Juan Pablo Quintero López, Decano de Derecho, Ciencias Sociales y Humanas.
Como algunos ya conocen, he sido nombrado como decano encargado de la Facultad de Derecho de la Universidad Unisabaneta. Aunque para mí representa un momento significativo por la confianza otorgada para guiar temporalmente desde un cargo administrativo la formación académica, conservo la lucidez de la importante responsabilidad que a su vez representa.
El haberme desempeñado como docente por varios años me ha permitido reconocer lo que implica la materialización de la misión y la visión de una institución de educación superior. Haber coadyuvado en los procesos de acreditación como representante de los estudiantes, egresados y profesores ante el Consejo Académico de mi alma mater, la Universidad
Autónoma Latinoamericana, ha implicado conocer de cerca las vicisitudes y retos que debe asumir la academia para fortalecerse y ser un escenario donde impere la calidad sobre la cantidad.
Son pocos los días que han transcurrido desde que asumí esta dignidad; suficientes para impulsarme hacia una reflexión sobre la insoslayable necesidad de la humanización en la academia, que parece una premisa filosófica que no trasciende a la práctica en el ejercicio como directivos, docentes, estudiantes o egresados. No obstante, es precisamente en función de dichos roles donde emerge la comunidad; es decir, el hacer parte de una misma institución debería ser una razón de peso para crear, sostener y robustecer los lazos inquebrantables que nos ha ofrecido un entorno que ha incidido en la construcción subjetiva como institución disciplinaria orientada a alcanzar fines comunes en el encauzamiento de la libertad de cada
uno de los individuos. Aunque parezca ser un vestigio de la teoría Foucaultiana, es una disquisición sobre aquello que nos une porque nos identifica y, en efecto, nos determina.
En este sentido, las instituciones educativas deben propugnar por reconocer la humanidad en cada uno de sus integrantes. Ello implicará siempre el trato digno, la escucha activa, la concreción de los derechos humanos en el aula, así como el refuerzo del sentido de pertenencia hacia una institución que abrió sus puertas para acompañar la construcción de los proyectos de vida. Esto supone que la sensibilidad, la compasión y el entendimiento deben anteponerse a los intrincados procedimientos administrativos que, lejos de incentivar la permanencia de sus integrantes, terminan por apagar la llama que encienden la curiosidad y el deseo de adquirir o transmitir conocimiento. Lo anterior debe integrarse, sin duda alguna, con el respeto de los principios orientadores, tales como el debido proceso y el cumplimiento de los presupuestos establecidos en el marco normativo de la enseñanza.
Así pues, como un apasionado de la academia que aprecia permanecer vinculado a ella, en este caso como decano y a la vez, como candidato a Doctor en Estudios Políticos y Jurídicos de la Universidad Pontificia Bolivariana, institución que me formó en mi primera y segunda etapa escolar, soy un convencido de la flexibilización académica, la empatía en la comunidad y la gratitud hacia las instituciones que han sido camino y destino; que no solo construyen buenos profesionales, sino también seres humanos íntegros, capaces de cuestionarse:“¿Cuál es el sentido profundo de mi existencia?
